«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7). Jesús pronunció estas palabras unos días antes de la Pascua. Según narra el evangelista: una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Ese gesto suscitó gran asombro y dio lugar a interpretaciones diversas: la de Judas: se podía haber vendido el perfume y dar el dinero a los pobre, y la de Jesús: «¡Déjenla! ha hecho una obra buena conmigo» (Mc 14,6). Jesús vio en ese gesto la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser puesto en el sepulcro. Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre las personas solas. Necesitamos descubrir a Cristo en los pobres.
Los pobres han aumentado desproporcionadamente en la pandemia y, por desgracia, seguirán aumentando. Un estilo de vida individualista, egoísta es cómplice de pobreza. Hay muchas pobrezas de los “ricos” que podrían ser curadas por la riqueza de los “pobres”. Los pobres son personas a las que les falta algo, frecuentemente mucho e incluso lo necesario, pero no les fal-ta todo, conservan la dignidad de hijos de Dios que nada ni nadie les puede quitar.
«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7) es una invitación a no perder la oportunidad de hacer el bien. El apóstol Pablo exhorta a los cristianos a socorrer a los pobres «no de mala gana ni por obligación, si-no porque Dios ama a quien da con alegría» (2 Co 9,7). No se trata de aliviar nuestra conciencia dando limosna, sino ayudando a salir de la pobreza.
No esperemos a que los pobres llamen a nuestra puerta, es urgente ir a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales,