Es notorio, que la calidad de las cosas es valorada cada vez menos, y priorizamos el precio económico para “salir del paso” a buscar lo óptimo y duradero. Así esta-mos influenciados los cristianos, y por ello quizá descui-damos en ocasiones, la vocación universal que tene-mos: la santidad.
Esta semana celebramos dos festividades muy uni-das entre sí: la Festividad de todos los Santos y la conme-moración de los fieles difuntos. Si cada cristiano nos adentramos en nuestra vivencia auténtica, a la que somos llamados desde el Bautismo, reflejando a Jesús en nuestras vidas, buscando vivir las aptitudes del Reino, sacrificándonos por los ideales de Dios y viviendo en co-munión con la Iglesia, la Santidad sería nuestra medalla. La realidad es que al pensar en el uso inmediato de las cosas, el mensaje de Jesús queda a un lado. Parece que todo hay que reformarlo y hay que modernizar las cosas esenciales: esto es un error de base, hay valores perennes que merecen siempre la pena vivirlos y transmitirlos.
“Los santos no son superhombres. Son personas que tienen el Amor de Dios en su corazón y comunican es-ta alegría a los demás.” (Papa Francisco). Cada día, tenemos la oportunidad de crecer en esa llamada univer-sal, en ser reflejo de la alegría que Dios nos da, la cual experimentamos en los sacramentos, en la oración perso-nal, en el trabajo bien realizado, en el cuidado sencillo y entregado de los que nos rodean. “La Santidad vence: Holy wins”
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